Hoy, me he parado a pensar sobre cómo está ahora
nuestro mundo. Lo que tenemos al rededor. Sin ánimo de ofender.
Empecemos por algo que me encanta: la naturaleza. ¡Qué
bello es nuestro planeta! Cuando te paras, te aíslas durante un
momento del ruido y te poner a observar el cielo. Ese cielo que tanto
nos gustaría atravesar colando sin más impedimento que nuestro deseo de llegar
más allá. Dichosas las aves, que nos observan desde su privilegiada posición,
pero cuidado con el avión. Tienen que volar mirando en toda dirección para no
ser engullidas por un motor.
Ahora, bajemos unos cuantos kilómetros más abajo. ¿Qué
encontramos? Ah... el mar. ¡Qué azul, que gran cristal! Cuán grande es un
océano, y cuan bello. Los misteriosos peces de las profundidades, en profunda
oscuridad tienen que sobrevivir. Nosotros queremos estar más tiempo ahí abajo,
poder ver todo y más. Pero lo siento, somos terrestres.
El continente. Una gran excepción de tierra en medio
del inmenso mar. A eso lo llamamos hogar. Sus montañas, praderas, sus valles. Todo
eso tan verde y colorido en primavera; tan blanco y frío en invierno pero no
por eso va a ser más feo. El desierto, las dunas, los oasis. Se dice que el
desierto es sinónimo de desolación; pues si estás en medio de él sí que es
complicado vivir. Pero el poder contemplar toda la arena bailando al compás del
viento, diseñando paisajes nuevos constantemente. Y no olvidemos que también
consta de sus inquilinos que bien felices viven allí, no será por terreno, no.
¿Y qué decir de las tierras inhóspitas de los polos?
Su admirable piel helada, sus animales preciosos. Poco conocido lugar, pero en
el que se puede encontrar mucho bien, sobre todo científico.
Y pensar, bueno mejor dicho desesperar por la
subsistencia de algunos animales que estamos aniquilando. Poco a poco nos
estamos cargando todo. No digo que sea para siempre porque no lo será; pero
tampoco tenemos que acelerar vertiginosamente el proceso.
Por mucho que nos preocupemos del dinero, de la crisis,
y de todo ese asunto, tenemos que ver que estamos atados a la energía. Que sin
ella nada de lo que conocemos existiría, que lo que mueve todo el cotarro. ¿Y
eso qué es? Pues energía; y proviene de la naturaleza, de siglos y siglos de
formación para que ahora lo malgastemos de ésta manera. La energía, queráis o
no, lo es todo; y quien la controla, controla el resto.
Hagámonos un favor a nosotros, y a los futuros. Conservemos lo que tenemos,
consumamos, pero con cabeza. A fin de cuentas, si no consumimos, solo nos hace
falta echar un vistazo a cómo estamos por consumir a lo bestia; por querer
siempre un poco más, por querer algo mejor que lo del vecino. Yo, que soy joven
para hablar de cosas mayores, me he dado cuenta de esto, ustedes adultos con
más poder hagan algo por amor de Dios, hagan algo más que echarse la culpa unos
a otros en lugar de unir vuestros esfuerzos por la misma causa: un mundo mejor.